"Lucha de gigantes, convierte el aire en gas natural. Un duelo salvaje advierte lo cerca que ando de entrar en un mundo descomunal. Siento mi fragilidad..."
(Antonio Vega)
Es sin duda una buena noticia para los autores, aunque sea un poco de rebote, la aprobación de la nueva Directiva europea de propiedad intelectual. Con ella se abre camino a una cierta homologación del mundo virtual con el real, en lo que a la protección de los derechos de autor y conexos se refiere. A partir de ahora (y siempre dependiendo de la "versión local" de cada Estado, lo que en nuestro caso no resulta particularmente tranquilizador), el territorio incorpóreo de los megabytes se hace un poco más terrenal...
Y se hace terrenal porque asume las ventajas, pero también las limitaciones de este ámbito, ya que, al contrario de lo que muchos piensan, los individuos, seamos autores o consumidores, tenemos muy poco que ver con este proceso y no somos más que la excusa que unos y otros utilizan para defender sus propios intereses (independientemente de que estos puedan coincidir, más o menos, con los nuestros).
Si estudiamos superficialmente el recorrido mediático y social de esta Directiva sobre la propiedad intelectual, tendremos la impresión de estar ante una batalla digital entre los internautas en defensa de la libertad de expresión y la libre expansión del pensamiento y los creadores (el eslabón más débil de la cadena cultural, pese a ser su motor) en lucha por una justa remuneración que les permita seguir viviendo se su trabajo. Sin embargo, ni la libertad de expresión y de circulación de las ideas, ni la justa remuneración a los creadores eran realmente el estímulo motivador de los "lobbies" que han trabajado, y mucho, en esta confrontación político/legislativa, ni mucho menos el objetivo perseguido por quienes tantos recursos han dedicado a su diseño, en uno y otro campo.
Si analizamos el resultado sin el apasionamiento propio de la batalla y de la condición de supuestos ganadores o perdedores de la misma, veremos que no se han puesto en riesgo la libertad de expresión, la globalización de las comunicaciones, o la libre circulación de las ideas (de hecho, cualquier riesgo en ese sentido estaría mucho más ligado a la autocensura de las plataformas ante la obsesión contemporánea por una "corrección política" que roza la caricatura, así como a la recopilación de datos personales y circunstanciales que nos lleva en volandas camino de un universo "orwelliano" algo desasosegador).
Tampoco, pese al triunfalismo reinante, se ha garantizado la justa remuneración de los creadores en el ámbito digital. Simplemente se ha introducido, eso sí, el principio de una obligada remuneración de los derechos de propiedad intelectual en este entorno, lo que no es poco, pero, a efectos de los autores, seguimos muy lejos de una garantía real y avanzando, además, en dirección contraria en otros aspectos no menos relevantes para nuestro futuro.
Ya sé que esto sonará extraño y hasta contradictorio a algunos, pero intentaré explicarlo a continuación.
Respecto de los temores de los internautas y los "bulos" deliberadamente expandidos por las grandes plataformas tecnológicas, intentando convertir en un problema para la humanidad y sus libertades lo que no es sino un recordatorio a ellas mismas de que ganar dinero exige un coste (y que eso de forrarse a costa del prójimo ya no va a seguir colando), recomiendo la lectura del artículo de Borja Adsuara, un buen conocedor de la materia que no es, además, sospechoso de intereses ocultos en ninguna de las orillas y que nos ofrece una visión muy instructiva de esta realidad (respaldada en hechos y criterios técnicos alejados de cualquier prejuicio o postura preconcebida), desmontando con rigor la literatura creada interesadamente a su alrededor y afanosamente extendida por los de siempre, tanto los que cobran por ello, como aquellos cuyo ignorante egocentrismo les proporciona recompensa bastante. También, cómo no, los que honestamente han asumido el mensaje y lo creen verdaderamente. A ellos vale la pena dirigirse y explicarles una realidad diferente a los mensajes tipo El Parlamento Europeo aprueba el Artículo 13: los filtros de Internet se harán realidad que vienen extendiendo algunos.
Yo me centraré en la otra parte: la de los creadores y su algo precipitado (y quizás ingenuo) triunfalismo por esta conquista legislativa que encierra más aristas de las que sospechan y que, siendo un paso importante, incluso definitivo, para el futuro de nuestros derechos, no permite dormirnos en los laureles y pensar que ya está todo hecho. La realidad es que la directiva no garantiza en absoluto la justa remuneración de los creadores. Lo que hace, que no es poco, es consolidar la exigencia de una remuneración por el uso en el entorno digital de obras protegidas por derechos de propiedad intelectual.
Leemos en la web de ADEPI (Asociación para el Desarrollo de la Propiedad Intelectual) que "Los gigantes de internet dejarán de lucrarse a costa del trabajo de periodistas y artistas que distribuyen sin remunerarles proporcionadamente. Éste es el principal objetivo de la nueva Directiva de propiedad intelectual, aprobada por el Parlamento Europeo el 26 de marzo" y su Presidente, Antonio Fernández, señala que “Las nuevas normas protegen los derechos de los autores, artistas, editores y productores en el entorno digital, al tiempo que garantizan la libertad de expresión”.
Y lo que dice es cierto, lo que en modo alguno contradice mis reservas, antes bien, las corrobora. La euforia es perfectamente justificable desde la representación conjunta de artistas, autores (en este caso excepto los musicales), editores y productores, ya que todos ellos son titulares de derechos protegidos por la nueva directiva.
Que los "gigantes de internet" van a tener, por fin, que pagar parece evidente. Y en ese sentido es fundamental (y ya era hora) la consideración de que el dar acceso a obras protegidas por derechos de autor, por más que estas sean compartidas por sus usuarios, constituye por parte de las plataformas un acto de comunicación al público, o de puesta a disposición del público. Lo extraño, si me lo permiten, es que se haya tardado tanto en llegar a esta conclusión, por otra parte, tan obvia.
La consecuencia práctica de ello (al margen de las absurdas amenazas sobre la llegada de las tinieblas a internet) es que las plataformas digitales tendrán que negociar licencias que les permitan emitir sin riesgos el repertorio protegido que compartan sus usuarios, algo que tampoco es nuevo y lleva ocurriendo en el ámbito de la radiodifusión desde hace décadas.
Pero la cuestión es:
¿Quiénes van a negociar esas licencias con los "gigantes de internet" ?
Y, por lo tanto,
¿A quiénes pagarán estos?
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La gestión colectiva es la única herramienta eficaz para garantizar a los autores, como colectivo, una remuneración justa por el uso de sus obras, así como una capacidad real de autogestión de sus derechos. Sin embargo, esta buena nueva en forma de directiva llega poco después de que una directiva anterior sembrase el terreno para el debilitamiento de la gestión colectiva en favor de una "gestión selectiva" basada en la especulación y estimulada por el ánimo de lucro. En este escenario, que permitirá (e incluso primará) la gestión directa por parte de las grandes multinacionales, que acumulan un porcentaje muy relevante del repertorio comercial global, tanto musical como audiovisual, parece muy probable que serán estas las que determinen las condiciones del mercado y, como es lógico, lo harán en beneficio de sus catálogos. Solo tenemos que echar un vistazo al sistema de contraprestaciones que impera en el "streaming", cuyo detalle está ligado a la más estricta confidencialidad, sin que los artistas tengan la menor posibilidad de conocer directamente lo que las grandes multinacionales discográficas perciben por la utilización de sus repertorios en ese ámbito (eso al margen de la participación societaria que mantienen en el sector). Una falta de transparencia (la opacidad no implica más que la imposibilidad de conocer el interior, sin que ello suponga necesariamente que se produzca tropelía alguna) que, en ningún caso, ha despertado el instinto protector de legisladores propios o comunitarios, tan celosos, en cambio, a la hora de exigir la exposición casi exhibicionista de las entidades de gestión de los autores (a las que han penalizado hasta el extremo de querer convertirlas en una reminiscencia del pasado, sin apenas capacidad de maniobra en el nuevo escenario, salvo como vehículo controlado por las propias multinacionales (lo que ocurre ya en muchos casos y muy importantes), que son las realmente beneficiadas por el legislador europeo.
El entorno digital ha heredado todos los "vicios" del mercado analógico y no parece que ninguna corrección al respecto esté en la mente del legislador (nacional o europeo).
¿Cómo se puede entender sino que un autor (o un editor) pueda rescindir su contrato con la entidad de gestión, sin más requisito que un breve preaviso, y sin embargo esté condenado a mantener su contrato editorial de por vida? (y hasta "de por muerte", afectando a sus herederos).
¿No es eso ya de por si un agravio comparativo en favor de una gestión particular de derechos y en perjuicio de la gestión colectiva?
¿Alguien puede pensar que era más abusivo el contrato de gestión de Sgae, que en todo caso era rescindible en un plazo razonable, que el contrato "in aeternum" que firmamos los autores con las editoriales?
Sin embargo, el recién aprobado TRLPI, tan elogiado por lo que aporta a la defensa de los autores, según sus redactores, claro, modifica el primero, imponiendo limitaciones casi letales para la eficacia de la gestión, pero deja inmaculado el segundo, que continua siendo una cadena perpetua hereditaria.
Eso, entre otras cosas, facilitará ese dominio del mercado por parte de las multinacionales, lo que no sería tan obvio de verse afectadas por la limitación temporal del contrato de edición general, de la que las libera el artículo 71 de nuestra LPI.
Hablar, por lo tanto, de un triunfo de los creadores, es algo excesivo. Conformémonos con decir que estábamos en el equipo ganador, aunque sea en el banquillo, y esperemos que nos caiga algo en la pedrea.
Porque lo que ha habido en Bruselas es una lucha de gigantes. De esos "gigantes de internet" de que hablaba ADEPI, contra los gigantes multinacionales de la industria de los contenidos, poco acostumbrados a tener adversarios, que se lo ponen cada vez más difícil (y seguramente más caro).
Lo bueno es que "nuestros gigantes" parecen haber ganado esta batalla.
Lo menos bueno es que nosotros seguimos a ras de tierra, mirando hacia arriba y a la espera de lo que caiga. Como espectadores de un duelo salvaje, dentro de un mundo descomunal y sintiendo nuestra fragilidad...
José Miguel Fernández Sastrón
(29 de marzo de 2019)
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