“Cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad, es hora de comenzara a decir la verdad.” (Bertolt Brecht)
Este oasis occidental en el que vivimos empieza a ser una parodia de sí mismo. En él, la relatividad se ha hecho dogma y no hay principio sólido que pueda considerarse absoluto, ya que todo depende de quién, cómo, dónde, cuándo, por qué y para qué. El cristal de Campoamor es hoy protagonista de nuestra actualidad y su color determina, más que nunca, la percepción de la realidad para los pobres mortales que dependemos del juicio de quienes escriben a diario la Historia que ha de ser, con independencia de que lo sea o no.
Que una App se convierta en un fenómeno de masas no es hoy una noticia que pueda sorprendernos. En este mundo actual de consumismo exacerbado, en el que estar a la última requiere de un esfuerzo casi constante, ante la apresurada obsolescencia de toda creación humana contemporánea y el casi patológico temor a incurrir en la decadencia imperdonable de convivir con la caduca realidad del mes pasado, eso es el pan de cada día.
Lo que sí llama más la atención es la alarma provocada por el "último grito" en materia de juguetes virtuales, la ya exitosísima aplicación conocida como "FaceApp", que está causando furor y que te permite contemplar universos paralelos de tu fisonomía (y hasta el futuro), ya que, introduciendo una fotografía actual, puedes obtener una imagen procesada que te muestra de diferentes maneras, incluido tu aspecto avejentado, con un realismo sorprendente.
¿Quién puede sustraerse a la tentación de ver cómo será uno en la ancianidad?
Bueno, el caso es que no solo puedes introducir tu propia fotografía, sino la de cualquier otra persona que estimes oportuno. Tu curiosidad puede extenderse a cualquier persona de la que tengas una imagen, incluidas aquellas que, por su perfil público, podemos encontrar con facilidad en cualquier medio de comunicación. Sin embargo, la alarma causada no se basa en esta circunstancia, que parece pasar desapercibida para quienes centran su preocupación en un hecho muy concreto:
¡Se trata de una App rusa!
Incluso, nos dice la prensa, está siendo investigada por el mismísimo FBI.
El titular es jugoso, aunque, como ocurre a menudo, poco ajustado a la realidad. En realidad, como podemos comprobar una vez leído el artículo, se trata meramente de una solicitud por parte de un diligente senador norteamericano, Chuck Schumer, quién "alerta del origen ruso de la empresa de la aplicación" y "ha solicitado a la Policía Federal (FBI) y la Comisión Federal de Comercio (FTC, por sus siglas en inglés) que abran una investigación sobre la aplicación móvil de origen ruso FaceApp por motivos de seguridad y privacidad". Y no crean que se trata de un senador republicano por el estado de Texas, o Utah, sino de un representante de Nueva York, demócrata, para más detalles, y férreo opositor a Donald Trump.
Mentar a los rusos en EEUU sigue siendo una baza segura. El temor a los rusos está en el ADN de la población y cualquier iniciativa que provenga de esa estepa eurasiática es, por definición, sospechosa.
Llaman la atención, sin embargo, dos cuestiones:
- La App en cuestión no es nueva. De hecho, ya tuvo problemas en 2017 al ser acusada de racismo, por incorporar filtros étnicos para modificar las caras, que fueron eliminados posteriormente (ya ven que la ciencia se ve hoy, como ayer, sujeta a los límites de la ética, y hasta la estética, dominantes). Nadie entonces, sin embargo, pareció preocuparse por cuestiones relativas a la seguridad y la utilización de los datos de los usuarios.
- Ha sido tras la explosión reciente, que la ha convertido en la App de moda, consiguiendo millones de usuarios en todo el mundo, cuando ha saltado la alarma.
¡Cuidado, ciudadanos del mundo, estáis facilitando vuestros datos a una plataforma que podrá utilizarlos a su antojo y para su propio provecho!
¿Pero es que eso no viene ocurriendo desde hace años?
Bueno, sí, pero... ¡Es que estos son rusos!
En realidad, si me lo permiten, yo dudo mucho de que esta alarma salte por una repentina preocupación por nuestra seguridad. Más bien parece que estamos ante un episodio de "guerra sucia" político/comercial, porque los rusos les han "mojado la oreja" en esta ocasión, consiguiendo una fuente barata, voluntaria (hasta el entusiasmo) e inagotable de "conejillos de Indias" para experimentar sus proyectos de inteligencia artificial y avanzar en su tecnología de identificación facial (tecnología que, como apunta Borja Adsuara, siempre una opinión autorizada en estas cuestiones, no es mala en sí misma, dependiendo simplemente del uso, virtuoso o perverso, que se haga de ella).
Y no sólo eso, los "conejillos", además de colaborar de forma altruista con nuestras imágenes aportadas a la causa, vamos a contribuir a la financiación de todo ello, merced al valor transaccional de nuestros datos en un mercado virtual que los paga generosamente.
Y todo para facilitar nuevos medios de control ciudadano, desde esa "sofisticación democrática" que ha comprendido que la falaz pretensión propia de las dictaduras de encerrar a la población en un "patio de presidio" está más que superada por la, mucho más amable y estética, de hacerlo en un "patio de colegio", donde nosotros somos los niños a los que entretener y apartar de los malos pensamientos.
Dicho más claramente, mi impresión es que no se trata de que a nadie preocupe el descontrolado tráfico de nuestros datos, algo ya tan común como inevitable mientras no se asuma la realidad de una necesaria legislación al respecto que, no sólo contemple aspectos de seguridad, sino que entre en la espinosa cuestión de un hecho económico de enorme relevancia.
Lo que molesta realmente, pienso, es cuando ello beneficia a la "competencia".
Cualquiera que esté un poco familiarizado con esta nueva realidad virtual, sabe que los datos son el nuevo "oro negro" de este principio del siglo XXI. Para obtenerlos es preciso contar con la complicidad de una ingenua ciudadanía a la que se atrae con diversos métodos de entretenimiento, para, una vez enganchados, venderlos como mercancía publicitaria. Y eso sin hablar de otras utilizaciones de dichos datos y del desarrollo de una tecnología "intrusiva" que deja a Orwell en un autor de comedia romántica.
Pero volviendo al "peligro ruso", al margen del ya de por sí, para algunos, alarmante hecho de la nacionalidad, se pone el acento en una de las cláusulas aceptadas por los usuarios de la aplicación FaceApp.
Según nos cuentan dice así:
"Usted garantiza a FaceApp una perpetua, irrevocable, no exclusiva, royalty free, mundial, completamente pagada y transferible licencia para usar, modificar, reproducir, publicar, adaptar, traducir, crear trabajos derivados, distribuir, mostrar públicamente y escenficar su contenido de usuario y su nombre, alias o cualquier nombre asociado a su contenido de usuario en todos los formatos de comunicación y canales existentes o por existir, sin ninguna compensación para usted".
Lo llamativo es que, independientemente de que esto lo hacen prácticamente la totalidad de Apps y plataformas que pululan por la web, lo que ocurre es que no te lo dicen (lo que hace que esta aplicación rusa sea, al menos, más transparente en este punto), o de que se señale que las demás, si lo hacen, sería ilegal, mientras que esta App, al hacértelo consentir expresamente, lo "legaliza", es que nadie menciona un hecho fundamental: si el usuario está garantizando a FaceApp esa "licencia" absoluta sobre sus contenidos, ¿debe entenderse que ello incluye aquellos contenidos que no son suyos, pero que introduce en la base de datos de la aplicación?
Porque, como ya hemos comentado, el usuario puede subir su fotografía o la de otro cualquiera. De hecho ya hemos visto muchos ejemplos de rostros populares, que han servido seguramente de campaña gratuita de marketing de la aplicación. Pero eso no parece preocupar a nadie, ni siquiera al senador Schumer.
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Llegados hasta aquí, los lectores podrían preguntarme:
¿Y qué tiene esto que ver con los autores y por qué se ocupa de esta cuestión un blog como Asesor Autor?
En primer lugar, los autores no dejamos de ser tan ciudadanos como los demás y por ello nos afecta igualmente todo aquello que sea de interés general. Pero es que, además, tiene mucho que ver y en muchos aspectos.
Para entenderlo es necesario refrescar la memoria respecto de cuestiones y circunstancias que, aparentemente sin conexión entre sí, lo cierto es que han contribuido a la consolidación de un marco propicio para este escenario actual.
1- La privacidad es un derecho que se ha venido protegiendo y para el que se ha establecido una limitación, judicialmente refrendada. Esto quiere decir que la protección va ligada a un ámbito estrictamente privado, viéndose al margen de esta aquellos que tengan un perfil público.
Esto parece baladí, pero no lo es. Lo que significa es que se determinó que las personas públicas debían pagar el peaje de esa "publicidad" en forma de indefensión. Todo ello con la aprobación tácita de una opinión pública mayoritariamente anónima y fundamentalmente aficionada al morbo de la rumorología y el cotilleo.
Además de esto, esa excepción se extendía a las personas anónimas, siempre que se tratase de una actividad o circunstancia producida en un espacio público. En definitiva, que un percance que te ocurra en lugar público no solo será accesible para los testigos presentes, sino que podrá ser ofrecido a una audiencia millonaria, si así se considerase oportuno por parte de cualquiera.
Lo que ocurre es que hoy esa frontera entre un perfil público y uno privado es difícilmente distinguible. Casi parece de diseño: ya tenemos la exención de lo público, ahora hagamos a todos públicos. De hecho, actualmente, la mayoría de los ciudadanos tenemos un perfil público en las redes sociales, por lo que el derecho a la privacidad queda como un recuerdo nostálgico, en beneficio, naturalmente, de quienes se lucrarán con ello merced a un "escudo" legal a medida.
2- Si analizamos esa polémica cláusula de AppFace, veremos que en realidad, el elemento esencial es el término "..sin ninguna compensación para usted". Es decir, cedemos todo y lo hacemos, además, ¡gratis!
Con ello, y con las airadas protestas de senadores y demás guardianes de nuestra democracia, centrándose en cuestiones de seguridad y de protección de datos, eliminamos del debate la cuestión esencial, que no es otra que la consolidación de que nuestra imagen no es un activo propio y que su utilización comercial no nos genera derecho económico alguno.
3- Sabemos que el verdadero negocio está en ese tráfico de datos y que los contenidos son, en este modelo económico, meros reclamos para lograr la atención de usuarios que aportarán esos datos tan valiosos.
Sería ingenuo pensar que la frenética actividad legislativa que ha venido produciéndose en los últimos años, y que ha venido beneficiando a una industria tecnológica cada día más fuerte y que lo sabe ya casi todo de nosotros, es producto de la casualidad y no de poderosos y bien armados "lobbies". De hecho, todo parece a medida de un modelo especulativo, a costa de todos nosotros, que genera beneficios millonarios y proporciona, además, una información muy valiosa de cara a un eficaz control ciudadano. Un "Do ut des" en toda regla.
4- Durante años, los autores hemos venido padeciendo esta indefensión, viendo cómo se utilizaban nuestras obras como reclamo comercial, sin contraprestación alguna en un principio, y después de mucho pelear con una contraprestación casi simbólica y en modo alguno proporcional al valor aportado a un negocio boyante. Ello nos convirtió en meros comparsas de un mercado dominado por la tecnología, con el aplauso de una ciudadanía que se veía beneficiada por un concepto de "gratis total" y de "libertad digital" de la que serán pronto víctimas también. De hecho ya lo están siendo, porque una vez consolidado ese "todo vale" en la web, no van a necesitar ni siquiera entretenerlos.
La población parece haber asumido que le pidan sus datos (correos, dirección, DNI, número de teléfono) para adquirir cualquier producto o recibir cualquier servicio. Y si alguno pregunta, le dicen que es "política de la empresa". Pocos se preguntan para qué es necesario dar esos datos a proveedores que no los necesitan en absoluto para darte el servicio requerido o proporcionarte el producto deseado. La docilidad ciudadana empieza a rozar el embobecimiento colectivo.
Pero, en definitiva, la verdadera amenaza para los autores (y para todos, en realidad) de Apps como esta, esté en Rusia, en China, o en los EEUU, es que contribuyen a consolidar en el imaginario colectivo la devaluación de los contenidos en beneficio de una especulación comercial informativa.
Además de ello, introducen una merma intelectual importante de una ciudadanía que ya no reclamará contenidos de calidad a cambio de vender su privacidad, contentándose con juguetes más propios de una guardería infantil que de una sociedad intelectualmente desarrollada.
Y ello no es tampoco baladí para nosotros, porque, en un escenario en el que se ha desterrado a los contenidos al terreno de lo superfluo, convirtiéndolos en un mero reclamo de incautos proveedores de bases de datos, y antes de conseguir que, al menos, se nos remunere en proporción al valor aportado a este perverso intercambio, podemos encontrarnos con que, ya, ni siquiera nos necesitan...
José Miguel Fernández Sastrón
(21 de julio de 2019)
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