La noticia, desde hace meses, es la inminente intervención ministerial de la entidad, una intervención que se ha ido anunciando y demorando en el tiempo, sin una hoja de ruta clara y sin un proyecto concreto que nos haga pensar en una luz al final del túnel.
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Como a menudo ocurre en esta Celtiberia nuestra, parece que estamos más ante una intervención contra algo o alguien, que ante una iniciativa a favor de cosa alguna. Diríase que se tiene claro lo que no se quiere, pero no tanto lo que se pretende y, menos aún, cómo llevarlo a cabo.
Son muchas las voces que claman contra la actual gestión, como lo son las que mantienen todo lo contrario, todas ellas, seguramente, con su parte de razón, pero también con su carga de intereses muy definidos y concretos. Unos y otros, guiados, y hasta condicionados, por quienes mueven los hilos de un colectivo, el de los creadores, propenso a menudo a dejarse convencer por aquellos que lo alimentan, ya sea por necesidad, codicia, o simple temor; y también a caer en la desidia hacia su propia esencia y la supervivencia de un modelo de gestión colectiva que ha demostrado (pese al empeño de tantos en desprestigiarla) ser la mejor garantía de la defensa de los derechos de autor y de la capacidad de autogestionar nuestro futuro.
Para intentar descifrar un futuro posible para la Sgae es necesario, primero, comprender el presente, para lo que se hace indispensable a su vez conocer su pasado, o, al menos, los hechos y circunstancias más relevantes del mismo. Solo así podremos aspirar a entender lo que está ocurriendo y lo que, presumiblemente, va a ocurrir, si este ecléctico colectivo no se pone en guardia y retoma el espíritu de la S.A.E de finales del siglo XIX. Y no nos confundamos, no hablamos de una vuelta al pasado, desde una nostalgia que rechace el progreso y los cambios de modelos de negocio que nos traen los nuevos tiempos, sino, precisamente de todo lo contrario: de que no permitamos que nos devuelvan a esos tiempos oscuros en los que el autor no era dueño de su obra, que cedía en su totalidad y a perpetuidad a los grandes empresarios de la época, a cambio de una cantidad, mayor o menor, pero en todo caso muy inferior a la que hubieran podido obtener en los casos de grandes éxitos de taquilla de entonces de haber existido una sociedad de autores que los defendiese, como ocurrió a partir del año 1.899.
Por ello, aunque de manera resumida, pues hacerlo con el detalle necesario requeriría de un espacio mucho mayor que el propio de la entrada de un blog, intentaré exponer la cronología esencial para comprender la actual situación de la Sgae y la incertidumbre de su futuro, y con él, el de los autores españoles e, incluso, el de la creación en español y su lugar en un mundo globalizado a la medida de intereses muy diferentes a los nuestros y de valores "neo/reaccionarios", disfrazados y enmascarados tras una deslumbrante oferta tecnológica, como valor supremo, que amenaza con llevarnos a una sociedad que prima la simplicidad, el hedonismo y la inmediatez; y devalúa el talento, el pensamiento y, en general, todo lo que suponga cuestionar la mediocre realidad que los denominados "mercados" pretenden imponernos.
Pero vayamos por partes, para lo cual, deberemos analizar los tres "puntos cardinales" del tiempo y sus circunstancias: de dónde venimos, dónde estamos, y hacia dónde vamos.
I- SGAE: DE DÓNDE VENIMOS
a)-Orígenes.
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Para entender nuestro presente debemos analizar nuestro pasado. Primero nuestros orígenes, en los que encontraremos muchas explicaciones de lo que hoy ocurre, o se pretende que ocurra. Y después nuestro pasado más reciente, que nos permitirá también comprender el desmoronamiento de una entidad centenaria, perfectamente diseñado por quienes lo han buscado, no necesariamente desde los mismos intereses, pero certeramente sincronizados, a veces incluso por el azar, aunque hay muy poco de azaroso en los acontecimientos más relevantes.
Ya hemos comentado el origen de la Sociedad de Autores de España, la S.A.E, en 1.899, y lo que supuso como conquista para los autores españoles, hasta entonces bajo el "yugo" (Sinesio Delgado dixit) de los llamados "archiveros" (los editores, entre los que destacaba Fiscowich, que prácticamente monopolizaba el mercado, pues poseía las obras de la mayoría de los autores españoles de la época, como ocurre hoy, a nivel global, con las grandes multinacionales de la música y el audiovisual).
Lo que muchos autores desconocen, sin embargo, es que, pese a que era indudable la contrariedad de Fiscovich, y editores en general, por la iniciativa de algunos autores para crear su propia sociedad (a Ruperto Chapí, sin ir más lejos, su lucha con Fiscowich le cerró las puertas de la mayoría de los teatros de Madrid), que les llevó a impulsar la creación de la "Asociación de Autores, Compositores y Propietarios de Obras Teatrales" (conocida popularmente como "La Contrasociedad"), fueron los autores de sus catálogos quienes más resistencia pública pusieron a la S.A.E, siguiendo dócilmente el camino marcado por sus "mecenas".
Decía, de hecho, Sinesio Delgado que " No tuvimos enfrente a Fiscowich solo. Se unió a él, con el propósito de convertirnos en polvo menudo, la flor y nata de los autores amarrados al yugo de las casas editoriales". Según Sinesio Delgado, estaban ante un inexplicable "¡vivan las caenas!", lanzado pública y solemnemente por las personalidades más ilustres del arte teatral".
Ya lo ven. Nada nuevo bajo el Sol. Los autores más favorecidos acudiendo a la llamada de sus dueños para defender un modelo abusivo frente a quienes pretenden liberar al colectivo de aquellos.
¿Les suena de algo?
Volveremos a este "fenómeno" cuando hablemos del presente.
En cualquier caso, conviene tener en cuenta nuestros orígenes, el escenario del que venimos y del cual salimos gracias a la implantación de la gestión colectiva de nuestros derechos. Aunque sea solo para reconocer con más facilidad su semejanza a aquel al que algunos pretenden llevarnos, devolviéndonos al siglo XIX, aunque sea sobre el atractivo impulso de un "blockchain" (otra cadena, a fin de cuentas).
b)- El pasado reciente.
Pero si queremos entender el actual conflicto de la Sgae, que la ha llevado a esta amenaza de intervención ministerial, debemos retroceder al año 2011, con la entrada de la Guardia Civil en el Palacio de Longoria, la salida de Teddy Bautista y la llamada "Refundación de la Sgae" (un invento "Reixista" bajo el que se han producido las mayores tropelías y dislates de la historia de la entidad), iniciándose una etapa de victimismo y exhibicionismo "auto-inculpatorio" (habíamos sido muy malos, sí, pero ahora íbamos a ser inmaculados, solidarios y transparentes) que trajo, como primera medida, una caída de mas de cien millones en la recaudación, una morosidad galopante, política y socialmente consentida, sino aplaudida, y que no nos trajo, sin embargo, mayor simpatía por parte de una opinión pública entrenada durante años a detestar a la Sgae y a cuestionar el derecho de autor (en beneficio de una industria tecnológica que saco grandes beneficios de ello).
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Pero no solo nos vimos atacados por los usuarios privados (que, a fin de cuentas, juegan para su equipo y hacen su trabajo), sino que las autoridades públicas, esas que ahora dicen estar tan preocupadas por los autores, protagonizaron los mayores perjuicios a nuestra cuenta de resultados. No en vano, el mayor porcentaje de morosidad e impagados provenía de ayuntamientos y otras administraciones públicas, a la vez que la decisión del gobierno de liberar del llamado "canon digital" a la industria tecnológica (a la que le tocó la lotería, ni más ni menos que cien millones al año, ya que nunca bajaron los precios de sus productos que, simplemente, ya no incluían el epígrafe "más el canon de Sgae", pero que mantenían la misma cuantía en su facturación) nos hizo un tremendo agujero.
Con "amigos" así... ¿Quién necesita enemigos?
Lo curioso, además, es que una vez que, liberada la industria, se cargó el coste, aunque muy mermado, directamente a la ciudadanía a través de los Presupuestos Generales del Estado, dejaron de aparecer las diarias críticas en los medios por parte de quienes no entendían por qué tenían que pagar un canon por comprar CDs que utilizarían para guardar las fotos de sus niños (esta era muy común) y a quienes, por el contrario, no parecía ya importarles el pagarlo sin ni siquiera comprar CD alguno.
Pero, además de las primeras consecuencias económicas, que fueron importantes, peores fueron las consecuencias políticas, que iban a garantizar una dinámica de desgobierno, tensión, luchas internas y todo aquello que hace las delicias de quienes aspiraban a consolidar el control sobre la gestión de la Sgae frente a un colectivo autoral disperso, ignorante y confundido, y mucho más de los que ansían eliminar de la partida a una entidad centenaria, que había sido implacable en la recaudación de los derechos de sus socios.
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La primera, una reforma de las normas electorales contempladas en los estatutos de Sgae, que conozco bien porque formé parte de la célebre "comisión de los 15" que, supuestamente, las elaboró, aunque venían perfectamente diseñadas y cocinadas por quienes cortaban el bacalao por aquel entonces en la administración de la entidad, y fui testigo de una manipulación sutil y muy precisa que alcanzó sin problema los objetivos pretendidos: una Junta Directiva dividida (para ello se penalizó a las candidaturas de grupo, dificultando la identificación de los candidatos), con una mayoría débil y dependiente del compacto colectivo editorial. Un escenario ideal para quienes, desde la administración, pretendían pilotar la nave sin interferencias autorales, sin necesitar más apoyo que el de los representantes de las editoriales, en definitiva, empleados como ellos, con quienes era más fácil negociar (ya que, no solo tienen claros sus objetivos, sino que, como ejecutivos profesionales, son coherentes en su actuación de cara a su consecución. Solo hay que darles lo que quieren, mientras que los autores, en su opinión, no del todo desacertada, ni siquiera saben lo que quieren o les conviene como colectivo).
Para conseguir sus objetivos, estos meticulosos ejecutivos de la entidad, no solo se ocuparon de crear esa división política entre los autores, sino que una vez conseguida su Junta "ecléctica", fomentaron otra división que ha hecho mucho daño a la entidad: la interprofesional, principalmente entre el colectivo audiovisual y el de los músicos. El cómo ya lo contaré en otra ocasión, pero, jugando con datos deliberadamente manipulados, con viejas rencillas que resucitaron oportunamente, y con el desconocimiento general, o en alguna ocasión un conocimiento meramente parcial, de los afectados, obtuvieron un resultado excelente para sus propósitos: ya no habría posibilidad de una "mayoría autoral", lo que facilitaba mucho las cosas.
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El camino estaba trazado. La nueva Sgae de Reixa abdicaba de todos sus "errores del pasado", se instalaba en un "buenísmo" que ha resultado carísimo (y malísimo) a la postre, y presumía de enterrar todos los vicios de la "vieja Sgae". En realidad, lo único que enterró fue la eficacia en la gestión, el rigor en la recaudación, la unidad del colectivo y el prestigio y relevancia internacional de una Sgae devaluada, tanto en Europa, como muy especialmente en el escenario iberoamericano, donde veían al gallego como un patán prepotente que venía a darles lecciones desde la otra orilla del charco, dando al traste con años de diplomacia corporativa y de posicionamiento en el entorno.
A partir de ahí es fácil entender lo que ocurrió después. Y es que las cosas no siempre salen como uno las espera. A veces, salen mucho peor, como veremos. Porque que aquí hay más intereses de los que nos muestran continuamente unos y otros. Y la mayoría de ellos están bien agazapados.
Pero eso lo veremos en el siguiente capítulo.
SGAE: PASADO RECIENTE (Cont)
José Miguel Fernández Sastrón
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